La rodilla es una articulación compuesta por tres huesos: el fémur, la tibia y la rótula. Su estabilidad depende tanto de estructuras estáticas como dinámicas, siendo los ligamentos una de las primeras. Los ligamentos de la rodilla incluyen el ligamento lateral interno, el ligamento lateral externo, el ligamento cruzado anterior (LCA) y el ligamento cruzado posterior. Estos ligamentos pueden sufrir lesiones por traumatismos directos o indirectos.
El LCA es especialmente importante en la estabilización de la rodilla, evitando el desplazamiento anterior de la tibia y limitando las rotaciones y desviaciones en los movimientos deportivos. Una lesión del LCA puede ir desde un esguince hasta una ruptura total y es una de las lesiones deportivas más comunes. La ruptura del LCA puede provocar inestabilidad de la rodilla, lo que puede ocasionar un desgaste articular temprano.
La incidencia de rupturas del LCA varía según la población, pero se estima que una de cada tres mil personas sufre una ruptura anualmente. En Estados Unidos, esto se traduce en alrededor de 100,000 lesiones de este tipo al año.
La mayoría de las rupturas del ligamento cruzado anterior se producen por el giro de la rodilla con el pie apoyado sin movimiento, apoyo sobre un sólo pie en caídas o saltos, o por frenar o cambiar de dirección súbitamente durante una carrera. Este mecanismo se ve con más frecuencia en futbolistas, esquiadores, jugadores de baloncesto y tenistas.
El ligamento cruzado anterior también puede romperse tras un traumatismo directo en la superficie externa de la rodilla mientras el pie está apoyado en el suelo.
Sensación de crujido o tronido en la rodilla, imposibilidad para caminar o realizar apoyo de la extremidad, cojera o limitación para realizar flexión o extensión de la rodilla además de inflamación de aparición rápida, son síntomas que orientan el diagnóstico.
Durante la actividad deportiva, el gesto de abandonar la competición por dolor o limitación, es indicio de una posible ruptura del ligamento cruzado anterior.
La inflamación importante de la rodilla puede ser producida por derrame articular o hemartrosis (sangre dentro de la rodilla), el 85% de las hemartrosis de rodilla son secundarias a ruptura del ligamento cruzado anterior.
Si el paciente tiene un antecedente traumático similar a lo descrito con anterioridad, debemos realizar pruebas clínicas que nos orienten al diagnóstico y posteriormente corroborarlo con la realización de un estudio denominado Resonancia Magnética que nos proporciona información en diferentes cortes de la rodilla para evaluar rupturas o desinserciones.
El objetivo del tratamiento de la ruptura del LCA es evitar la inestabilidad articular que aparece durante la práctica deportiva y otras actividades físicas o cotidianas. Esta inestabilidad de la rodilla, además de disminuir la calidad de vida, produce degeneración o desgaste temprano de la articulación.
Cuando el paciente es candidato a una cirugía, la intervención se realiza mediante Artroscopia. Esta cirugía se lleva a cabo a través de pequeñas incisiones en la rodilla que permiten la introducción de una cámara para observar el interior de la rodilla y múltiples herramientas que no ayudaran a retirar el tejido lesionado y perforar el hueso donde se colocará el injerto. En la cirugía sustituimos el ligamento cruzado anterior afectado por un injerto tendinoso que generalmente es extraído del propio paciente, dicho tendón, con el paso de tiempo sufre un proceso de maduración y ligamentización que lo llevará a ser biológica y mecánicamente similar al ligamento lesionado cumpliendo su función y estabilizando la articulación.
Una vez realizada la reparación del LCA con éxito, el paciente permanece 24 a 48 horas en el hospital y posteriormente iniciará un proceso de rehabilitación física. Inicialmente el objetivo es mejorar la movilidad y fuerza muscular que posteriormente le permitirá realizar actividades de entrenamiento y gimnasio aproximadamente a los 4 – 6 meses y finalmente actividad deportiva de alto rendimiento entre 9 y 12 meses.
El postoperatorio de una lesión de ligamento cruzado anterior (LCA) puede variar dependiendo del tipo de técnica quirúrgica utilizada y la extensión de la lesión. En general, se requiere de un periodo de reposo relativo y fisioterapia para recuperar la movilidad y fortalecer los músculos que rodean la rodilla.
Después de la cirugía, se suele recomendar el uso de muletas para caminar durante un tiempo, y puede ser necesario llevar una férula o un dispositivo de inmovilización durante unos días. También se pueden prescribir analgésicos para controlar el dolor y se debe evitar cualquier actividad física que pueda ejercer presión en la rodilla durante varias semanas.
La fisioterapia es una parte fundamental de la recuperación y consiste en ejercicios que ayudan a recuperar la fuerza, el equilibrio y la estabilidad de la rodilla, así como a restaurar su rango de movimiento normal. Dependiendo del caso, la fisioterapia puede durar varios meses y el paciente deberá seguir un programa de rehabilitación supervisado por un profesional de la salud.
Es importante seguir las instrucciones del médico y el fisioterapeuta para lograr una recuperación exitosa y evitar futuras lesiones en la rodilla.